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El estallido de colores

  • Foto del escritor: adriana rombola
    adriana rombola
  • 18 nov 2024
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 21 nov 2024

Periodistas, obreros, docentes, políticos, reyes e incluso extraterrestres estaban atentos el día en que Estados Unidos votaba a su Presidente. Desde lejos, el marciano no entendía que un negro pudiera aspirar a semejante honor… Él era verde y sabía que existen lugares a los que sólo acceden los blancos. No comprendía a los humanos: años de luchas entre diferentes etnias, nacionalismos estúpidos que desembocaron en interminables guerras, religiones y sectas que adoraban a distintos dioses… ¿Qué sucedía ahora? ¿Los colores ya no importaban?

Desde su pantalla electrónica, alejada millones de kilómetros de la Tierra, percibía un mundo globalizado, la caída de la Bolsa, los anuncios televisivos sobre la llegada de los humanos a Marte, y tomaba el agua que extraía de su planeta. Reía para sí, pensando en la soberbia de los terrestres quienes siempre habían considerado que las maravillas sólo les pertenecían a ellos. H2O, H2O, ¡qué rica!. En su refrigerador digital también había Coca-Cola, cerveza y hasta whisky. Decidió emborracharse y con los ojos vidriosos vio a Obama, el negro, hablando de conciliación, de unión de fuerzas, de equidad, de diálogo. ¡Los humanos querían hablar! ¿Qué aparato utilizarían? ¿Internet, TV, teléfono, radio o habrían inventado algún otro sistema que los acercara? Extrañado, vio a hombres y mujeres que se comunicaban con palabras, cara a cara… Otro sacudón que lo hacía dudar de que su pantalla estuviera reproduciendo imágenes de la Tierra. Movió el dial y el esplendor de Beijing lo conmovió: amarillos bailando, cantando, creando magia. El Mundo aplaudía, ¡otra vez el estallido de colores! La historia milenaria de Oriente sorprendía a Occidente. Miles de hombres amarillos en escena y miles de negros y blancos observando atónitos. ¿La borrachera duraría tanto? El hombre verde supo que el Mundo había cambiado… Tomó la decisión de partir hacia la Tierra.

Luego de largos meses de viaje, aterrizó en nuestro planeta. Sus ojos desorbitados no podían creer que tanta belleza reinara en el Universo. Su pantalla de 100 pulgadas era incapaz de reproducirla. Caminó por las calles europeas, llegó a Madrid y se detuvo en la Puerta del Sol. Esperó el nuevo año. Nadie le preguntó por su color, ni por su estatura…

 
 
 

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