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El reloj de arena

  • Foto del escritor: adriana rombola
    adriana rombola
  • 18 nov 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 21 nov 2024


Debe ser difícil vivir sin presumir porvenires y sin estar advertido sobre el pasado. Era el caso de Manuel. Él nació sin tiempo, o al revés, con todos los tiempos (cuestiones metafísicas que no interesan a esta historia).

Obviamente, Manuel vivía de confusión en confusión. Los hombres, los que no son como Manuel, hablan de siglos, de edades… Manuel había vivido todos los tiempos, pero no los había contabilizado. Las circunstancias eran hechos atemporales que había que resolver, sin premura.

Su vida seguía la lógica del deseo: dormía cuando tenía sueño, se levantaba cuando tenía ganas, comía cuando lo acuciaba el hambre, trabajaba cuando se le acababa la plata y leía a “El Quijote”, casi compulsivamente. Era un hombre feliz, el presente lo convocaba y no cargaba el peso de vidas anteriores. Su memoria era acotada y selectiva. No había más, bastaba.

Sin embargo, su normalidad estaba reñida con una sociedad  que  apresa en un sofocante y aterrador orden. La vida se mide con relojes que desmigajan arena, una y otra vez, a modo de ritual obsceno.

Un día, Manuel consideró que el mundo le exigía tener una partida de nacimiento. Tomó retratos de hombres de veinte, treinta y cuarenta años y se comparó con ellos. Se miró largamente en el espejo, y luego de un minucioso análisis, se puso una edad. Debo tener alrededor de treinta y cinco años- se dijo. Unas primeras canas asomaban, arrugas apenas delineadas parecían escaparse de sus ojos y surcos alrededor de su boca delataban pasado.

Sintió que su vida cobraba un sentido nuevo. Buscó a una mujer que, suponía, tenía su misma edad, y sin mucho protocolo, le propuso casamiento. Ana resultó ser una hostigadora serial. El control relojero, el que nunca tiene pausa, determinaba su vida y la ajena.

Manuel que tenía como único amor a Dulcinea, se dejó arrastrar por Ana, y emulando a Quijote, pensó que la realidad había sido transformada por viles encantadores. Dulcinea, seguramente, estaba oculta tras ese embrujo. Sólo había que esperar.

Manuel tuvo paciencia, infinita paciencia. Sus horas estaban pautadas desde que se despertaba hasta el anochecer. Siempre, había una tarea pendiente y este hombre sin tiempo, ya no tuvo tiempo. Envejeció esperando a Dulcinea…

Poco a poco, su esencia de hombre feliz se fue desmigajando como la arena de los relojes. Manuel, como Quijote cerca de su final, comenzó a ver la realidad tal cual era, y los sueños de infinitas aventuras se escondieron tras los molinos de viento.

Nadie advirtió que una ira feroz se apoderaba de su alma y de su cuerpo. Una noche despertó, ahogado por la certeza de la rutina eterna que se asemeja mucho a la muerte. Corrió a buscar la lanza, que atesoraba en uno de sus añejos muebles, con la que el Quijote azuzaba a los gigantes, y supo que Ana no era ni nunca iba a ser, Dulcinea. Había sido arrojado al tiempo, y ya no podía escapar de esa sensación de vacío que, sin embargo, lo ligaba a una mujer. Miró la lanza y se enfrentó con un criminal deseo. La guardó en su añejo mueble descascarado. Miró el reloj y lo sedujo ver cómo caía, lentamente, la arena.

Manuel  nunca fue un asesino. Los hechos en su vida eran circunstanciales y no presumía porvenires. Por primera vez, sintió piedad. Cierta ternura lo amigó consigo mismo. Tomó los dos volúmenes de “El Quijote” y volvió a leer los últimos capítulos:- ¡Ay!- respondió Sancho llorando… la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía…quizá tras alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada”… Esta vez, por primera vez, Manuel logró soñar.

 
 
 

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3 Kommentare


Gast
19. März

Genia Adri!

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Gast
19. März

Me encantó sos una genia

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Gast
01. Dez. 2024

Bellísimo!

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