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MANUELITA, ¿DÓNDE VAS?

  • Foto del escritor: adriana rombola
    adriana rombola
  • 10 dic 2024
  • 1 Min. de lectura

Manuelita era presumida. Bartolo la amaba así. No era su belleza lo que la seducía sino su “paso audaz”…- Manuelita, Manuelita, Manuelita, ¿dónde vas?- le preguntó el tortugo, muchas veces, a su tortuga, pero Manuelita siguió “con su cara de malaquita sin volver la vista atrás”.

Bartolo la esperó largos años. El compartir con la tortuga la lechuga era una rutina de más de sesenta años, que se evaporó sin una respuesta. Bartolo supuso que buscar a Manuelita sería infructuoso y siguió caminando, con lentitud, la vida.

Pensó a su tortuga en Europa, recorriendo las casas de moda parisina y en cómo iba a hacer, con su caparazón y sus cortas patas para probarse diseños de alta costura. Conocía a su Manuelita y sabía que nada le impediría cumplir con sus deseos. Era incansable, indomable y caprichosa.

Sin embargo, un día en el que sobró demasiada lechuga, decidió buscarla: entrenó, entrenó y su paso se aligeró. - Manuelita, Manuelita, Manuelita, ¿dónde estás?

La tortuga estaba regresando de París, ya mucho más lenta que en el momento en que partió.

Sus pasos se cruzaron y Manuelita y Bartolo nunca se volvieron a encontrar.

Quizás porque las tortugas son silenciosas, Manuelita quiso ser eternamente joven para su tortugo y Bartolo, jamás logró ver envejecer a su tortuga…

_ Manuelita, Manuelita, Manuelita, ¿Dónde estás? Pero, con su cara de malaquita no volvió la vista atrás.

 
 
 

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